miércoles, 7 de mayo de 2014

LA CURIOSA HISTORIA DE EL GIGANTE DE EXTREMADURA

EL GIGANTE EXTREMEÑO

El sobrenombre de "Gigante Extremeño" fue adoptado por Agustín Luengo Capilla, el cual nació en 1849, en la Puebla de Alcacer, una pequeña localidad de Badajoz. Este extraordinario pacense destacó por su enorme estatura, de 2´35 metros de estatura, uno de los españoles más altos de la historia (según registros, solo superados por los 2´42 del vasco Miguel Joaquín Eleizegui). Padeció de gigantismo, debido a un tumor en la hipófisis, que provocó que no cesara su crecimiento a lo largo de su vida.

Fotografía de El Gigante Extremeño, junto a su madre y un hombre no identificado

La fortuna se mostró esquiva a este chaval, muy enfermizo, y que con 12 años ya sobrepasaba los dos metros de estatura y en su casa se vieron obligados a agujeres paredes para que pudiera dormir completamente estirado. Poco después, su padre lo vendió a un circo ambulante, en el que fue exhibido como una criatura por toda España. Agustín recorrió pueblo y ciudades y llegó a conocer al monarca Alfonso XII.
Paralelamente, el doctor Pedro González Velasco ponía todo su empeño en inaugurar un museo antropológico. Tal fue su compromiso con este proyecto que lo convirtió en su vivienda habitual, y llevó a cabo un proceso de recolección de piezas curiosas para su museo. En 1875 abrió sus puertas al público, y recibió la visita de Alfonso XII. De esta forma, llegó a sus oídos la existencia del Gigante Extremeño, cuyos 2´35 metros de estatura, en una época en que la media española se encontraba en 1´60, entusiasmaron al cirujano. Vio en él la posibilidad de dotar a su museo de una sobresaliente atracción, capaz de atraer clientela que admirase el resto de su obra. Pero había un problema: Agustín estaba vivo y contaba con tan solo veinte años de edad.

Museo Nacional de Antropología, en la actualidad.

Al finalizar de la visita, el monarca, orgulloso y generoso, le ofreció que le hiciera cualquier petición que le pudiera hacer que el continuara con su labor. El catedrático de la Universidad de Madrid lo tenía muy claro. mantuvieron una conversación y llegaron a un acuerdo: le ofrecerían al gigante una cantidad de 2´50 pesetas diarias mientras viviera, a cambio de que una vez muerto él pudiese exponer su cadáver en el Museo. Sin dudarlo, Agustín aceptó el trato.
A partir de entonces, el enorme socio del doctor se mudó a la capital y cada día se encontraban, le concedía su renta y, sin más preocupaciones, se marchaba con la seguridad de que nunca iba a malvivir. Desafortunadamente, poco después le fue diagnosticada una avanzada tuberculosis y murió con tan solo 28 años de edad. De este modo, Don Pedro inició el proceso de conservación del cuerpo, del que hoy día solo restan los huesos, descansando en una de las vitrinas del Museo Antropológico Nacional.

Fotografía de "vaciado" del cuerpo del extremeño.

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